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martes, 31 de julio de 2007

10 de junio

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La vida, los números... una docena de personas asomando sus cabezas entre la multitud. Buscando divisar si entre uno y otro aparecía su ser amado.

- Creo que la alcanzo a ver.
- Sí, es ella.

Olvida el ramo de rosas rojas que le ha traído, la emoción es tal que los demás desaparecieron. El vuelo había sido normal, el avión de cuando en cuando tomaba vacíos. Los nervios, como en cada despegue, la traicionaban. Había llegado al aeropuerto pocos minutos antes de que saliera el vuelo. Entre nervios, sustos, revisaron el equipaje en la Duana.

Entonces supo que había llegado el momento de mayor debilidad, la despedida. Cuando la ayudo a colocar una de las maletas a la rampa para ser revisada sus ojos se cruzaron y por primera vez tuvieron miedo de lo que encontraron el uno en los ojos del otro. Ahora como decirle hasta pronto, no me quiero ir, pídeme que no lo haga, no me dejes ir así. No tuvo el valor para mirar sus ojos nuevamente y en un momento fugaz se dirigió a la puerta de aquel túnel donde se volvía todo oscuro. Ya a lo lejos, cuando no podía ver sus ojos, detuvo el apresurado caminar para buscarlo detrás de aquellas puertas de cristal. Allí estaba, y aunque no podía ver sus ojos, su corazón le revelaba que lloraba, no con el llanto fatídico sino con aquel que sólo tu otra mitad puede sentir y percibir sin siquiera ver.

Comenzó a caer nieve, lluvia, truenos y sus ojos parecían cascadas en protesta. Lo perdí, le susurraba la conciencia, me perdió le decían los demonios dormidos. -Volveré, son sólo dos meses. - Sé que tienes que ir y no seré quien te detenga a algo que debes hacer, fueron sus palabras cuando le comunicó aquella tarde de primavera sobre el viaje.

Las semanas siguientes fueron un tanto arduas, pues el tema de momento a momento sin decirse salía en la conversación.

No paraba de llover, aquel 10 de junio, ella jamás igual. Dejaba su tierra, corazón, sueños y lo dejaba a él.

- Pasajeros favor de colocarse sus cinturones, que en unos minutos comenzamos el despegue. Se aferraba a la ventanilla. Allí comenzó a ver como el azul y el verde cautivaba la mirada de aquellos turistas que compartían el mismo vuelo. Buscaba los coches y pensaba que él estaba en uno de ellos. La vista se le perdió en aquella gama fabulosa de verdes compaginados, llamado Cordillera Central.

Cuando sólo se divisaba agua, mar y el avión dirigido al norte, siempre al norte sintió que se perdía. -La volveré a ver, podré estar tan cerca de ella que incluso compartiremos el mismo respirar. Sus ojillos verde aceituna, no ha cambiado nada y esa sonrisa que siempre contagia la acompañaba. La abrazó y el tiempo se detuvo, el mundo dejó de girar, las manecillas se cayeron.

De camino a la casa sólo pensaba en él, cómo estará y en el ring, ring de su pronta llamada. Contestaba muy poco al interrogatorio de rutina, sólo respuestas precisas y sin detalles. Allí estaba, como jamás antes esperando una llamada telefónica. Aquella llamada jamás llegó. Comenzó a envejecer tan deprisa y sin discreción desde aquel 10 de junio. Todo se quebró aquella noche.....

- Llegó Fernando, es hora de ir al aeropuerto... despertó del sollozo, se incorporó, desde la cristalera vio por primera vez caer la nieve del invierno del 1999.

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